8 de julio de 2010

SELECCIÓN DE POEMAS DE "KI"

CONVERSA LÍRICA CON UNA PAREJA DEL SUR

Saludos, giro de página, aquí estoy de vuelta en la escritura, no sé
para qué.
Para escribir, rescribir o derechamente para poluciones
y aunque no me quede bien la interjección: oh contaminado
de brava pena por la tala de bosques de araucarias,
único árbol que escribe el poema de mi vista.
Rojo pétalo por qué de sangre:
sorpresa copihue desde el sur.
Sabemos que esta fiesta es para pocos,
Y oímos a alguien cantar desde el wáter, allá lejos,
alguien
¿por qué? Nadie más cante en esta casa y
tú, tu voz: de acuerdo, todo poema nace desde el cuerpo.
—¿Y tú? Escuchas la armonía más cerca que nadie, como nadie.

Saben que los ojos se me caen en la poda,
saben que me queda mal la interjección: oh sumergido
entre ustedes las bestias, que a mí en ritmo se contraen.

MELODY

Los domingo, mi abuelita se levantaba temprano.
Hacía el aseo y el almuerzo luego para poder ir a visitar a mi bisabuelita en Lampa.
Antes de limpiar, ponía en su radio los cassettes de música clásica
que venían con la revista Ercilla (qué revista más mala, no?). Esos que traían un librito con la biografía del compositor.
Creo que a ella el que más le gustaba es el que se apellidaba Brahms.
Ella no sabía ni pronunciarlo, sólo ponía play en la cassettera y tarareaba los temas mientras barría y sacudía los muebles.
Con mis hermanas y mis primas éramos niños.
Yo ponía atención, lujosa atención.
Ahora es difuso: eran las Danzas Húngaras, parece.
Cuando las escucho cierro los ojos, abro la ventana, entra el viento al living de la casa de mis abuelos, veo el patio y los mantos de Eva, los cardenales y las hortensias, a la madreselva que crece verde, los gladiolos y la ruda y la menta y el palto. Los palos amontonados de mi tata, el damasco alto y macizo, la tierra regada y el barro. A mi perro Bambam mordiendo mis pelotas de plástico, la llave y la manguera naranja, a las niñas todas cochinas y comiendo plantas en las tacitas plásticas de té, a mi mamá y a mi abuela a través de otra ventana, muelen el choclo y guardan las hojas para las humitas. El olor de la albaca predomina. Y el de la ruda y los damascos maduros.
Eso está en mi cabeza cuando las oigo,
en vez de gente danzando húngaramente.
INFIERNO
Para Werner Herzog

Desde que encendimos, todo ha sido negro. La tierra, el aire, el cielo. Lloramos negro nuestra sangre como el oro negro, ese oro que tanto quisimos porque era tan amable y nos calentaba y nos llevaba a todas partes, oro para billetes verdes, me dan asco. Nos revolcamos en el suelo. Desde el cielo nos miraba el águila hambreada, nosotros los esclavos negros. Nuestras pieles negras, nuestros mocos negros. Con un fuego rojo sale un humo que es la asfixia. Los campos en barbecho de hace mucho con los trigos embadurnados –de chuparse los dedos acompañado por su hermana, una negra hermosa. Nuestras manos en un saco con porotos secos. Con el agua transparente no se apaga la náusea. Los bomberos con sus vestimentas negras ahogándose en la humareda que son. Un cliché espejo negro, desparramado entre las cosas del mundo. La neblina en una mañana cualquiera, sobre un mar humillado de semillas. Sobre el césped un barco pintado con ratas en la cubierta. Se avecina nuestra muerte roja con una máscara que de a poco se tiñe de hollín. Asistimos a nuestro funeral todos vestidos de negro. Qué importa que en este manto aparezca tanto el adjetivo negro. Voy a encender un cigarrillo mientras paladeo nuestra bella destrucción, y me quedo mudo porque no me sirve el signo negro:

unas letras en el papel blanco del sueño
que no debieran verse.